Jorge Chicati Copyright

miércoles, 22 de abril de 2015

Regresos





15 de abril del 2015. + o – 10:09 A.m.
Puerto Nuevo; Baja California.


Hoy, como hace muchos días, me levanto sin un plan del día. Solo despierto he inicio las rutinas de siempre o tal vez  esperando que las cosas surjan al transcurso de las horas, como esta escritura que tiene varios días, semanas y meses pendientes.


“De vez en cuando hay que sacar la basurita”.
“La felicidad es un camino, no una meta”.


¿Cuántas emociones acumuladas? ¿Cuántos ciclos sin cerrar? Todo eso va ensuciando mi visión de la felicidad, de la belleza de la vida.


He dejado de apreciar el café que me sirve con cariño mi compañera. He dejado de disfrutar la sonrisa de mi conducta (hija) al despertarse, tan bella ella y yo sigo durmiendo, soñando que las cosas son lo que no son, confundiendo la visualización, con la fuga de la fantasía.


Ya no encuentro satisfacción en las idas a pescar, en “el taller de chingaderitas”, que esta lleno de materiales y herramientas esperando que las manos inquietas y la fantasía creativa hagan las delicias que disfrutaran los ojos de otros.


Solo estoy vegetando, solo soy un animal de granja engordando la vida en un pequeño espacio, un animal que come y caga.


¿A dónde está “el perrito sin dueño? ¿A dónde está “el ermitaño urbano? ¿A dónde está el loco de la playa?


No sé.


Pero cierto estoy, que dentro de mi se siguen moviendo, empujando, reclamando su derecho a salir y gritar al mundo sus razonamientos locos y contra corriente al consumismo destructivo de la tierra.


“Mirar de donde vengo y a dónde quiero llegar, eso es, lo que yo llamo el minuto de conspiración”.


Talvez estoy cansado, solo un poco fatigado a causa de mis “conexiones con la pintura”, sin conectarme con los lugares mágicos que muchos no ven. Cierto es que, he avanzado en la técnica del plasmar lo que deseo en colores y, me agrada tanto que de pronto me doy cuenta que vivo sin el miedo que causa el no vender, aunque esto no pasa, pues la gente se acerca a observar al loco metido en su mundo, tal vez, esperando poder ver algo de lo que el ve, de lo que el vive.


Ya no me he detenido en las orillas del camino a disfrutar las flores que cada año crecen de manera natural, ya no me he perdido en las olas del mar cada que viajo en los microbuses locales. Ya no sonríe mi niño interno cuando veo alguna tuza esconderse a mis ojos, en los terrenos baldíos que rodean la casa donde vivo. Ya no siento esa alegría al escuchar los cantos de las aves que se paran en las palmas de las palmeras frente al balcón.


Me he quedado con las noches oscuras y algunas estrellas, con mi dialogo con el de arriba y el reflejo de la luna sobre el gran océano. Busco, espero, pido, mientras mi cigarrillo nocturno se va acabando poco a poco y con el, el corto tiempo que pongo para que algo extraordinario suceda,


Ninguna luz intensa baja y me habla, ningún rostro divino se asoma a verme, ninguna extraña nave se muestra para hablarme de las grandezas del universo y la creación de Dios.


En cuclillas sobre la silla, con el rostro levantado y en silencio, le sigo hablando, pidiendo los milagros que ayuden a garantizar la seguridad de mi familia, de mi gente, pidiendo un cambio en la energía de mi país y el mundo.


Se que me escucha y responde aunque, sus palabras no entren por mis oídos, aunque su rostro de mar, cielo, estrellas y noche, no llene el milagro que yo deseo.


Esta ahí, siempre ha estado ahí frente a mis ojos, tocándome con las manos de la gente, viéndome con los ojos de los animales, moviéndose en las hojas de tantas plantas, susurrando en los ruidos de los vehículos que pasan por la pista. Aquí esta, rodeándome con el frío de la noche y los rayos del sol de cada día.


 Gracias, tanto que agradecer por tantas bendiciones.


Ayer me toco ir a pescar. Dos veces tuve que regresar a casa. Primero porque ya fuera de ella, sentí que mi caña no pesaba igual y al observarla bien me di cuenta que había tomado otra diferente. Regrese metí las dos llaves y abrí la puerta, dejé la caña equivocada y tomé la que siempre llevo, la de carrete grande, su peso en la mano me hizo sentir mas seguro y volví a salir de casa, la oscuridad de la madrugada me acompañó por la vereda que lleva al cruce de la pista, en el camino me persigné. Siempre que tengo miedo a que algo malo me pase, lo hago como si con ello le dijera a Dios: ¡Cuídame! ¡Por favor, cuídame! Para que nada malo me pase.


Crucé la pista. Siempre con el temor de algún carro con las luces apagadas. Ya punto de cruzar el segundo carril algo me hizo recordar la carnada y entonces volví de nuevo a casa.


Reprochándome el descuido. Con el tiempo encima abrí la reja del patio, entonces apareció ella, yo te la paso -me dijo- .


Me aventó la bolsa con la carnada y volví otra vez  a reanudar mi camino. Al pasar por la capilla del puerto, volví a persignarme, no sin antes descubrirme la cabeza.


Las calles están solas pero siempre hay un gran escándalo, es el canto de las aves que anuncia la cercanía del amanecer.


Ahí, en esas calles camino, con mi mochila vieja de piel en la espalda, en la mano la caña y en el hombro un costal donde llevo las botas, el chaleco salvavidas y un pantalón impermeable de color naranja fosforescente.


Llegué a la casa del “Pecas”, el dueño de la lancha, aún esperamos unos minutos a que le terminaran de preparar un lonche, de ahí nos fuimos a recoger a su hermano y fuga a cargar gasolina a Rosarito, el camino es largo y vamos platicando cosas sin importancia, tal vez para llenar el espacio mientras la música de Maná nos alegra el corazón.


Llegamos. ¿Vamos a pasar al oxxo o compramos aquí? –le pregunté a mi compa. Pasamos al oxxo -me dijo-. Se bajó y regreso rápido, un poco enojado.

¡Ching….! Se me olvidó la cartera en la casa.


Día de olvidos y regresadas -me dije-.


14 kilómetros de regreso. Regresamos a Puerto Nuevo y de ahí otra vez a Rosarito, para al final tomar camino a Popotla.

Cuándo por fin llegamos a Popotla, ya había amanecido. Cargamos las cosas en la lancha. Se pegó el remolque a la camioneta y al agua patos.


No hay mucho oleaje pero, siempre en las salidas se dan los mayores problemas. Después de pasar las olas, siempre me vuelvo a persignar. ¡Cuídame!


Ya tenia días que no salía a pescar, ya se me habían olvidado los sentones y el tener que hacer equilibrio para golpearme lo menos posible, mientras nos adentramos  y dirigimos a lo que llaman Los Bajos, una línea de rocas que corre bajo el agua paralela a la costa, tal vez una formación montañosa que llega hasta Ensenada.

Otros compas ya nos estaban esperando en el punto de pesca, “El Sabanda” y “El Negro”.


Preparamos las cañas y tiramos en varios lugares, casi no hay pescado y los que salen son pequeños, “chilinsquis”, “chiliguilis”.


De pronto fue tanto el rollo que nos pusimos mejor a “lonchear”, se acercaron los de la otra lancha y nos dijeron que donde ellos andaban si había grandes pero, que los lobos se los andaban arrancando. Total que todos nos pusimos a “lonchear”, parecía un día de campo en el mar.


Fuimos para allá donde andaban los lobos  y… era cierto, andaban hambrientos, al subir de pronto se ponía muy pesada la piola y de pronto aflojada, era el lobo que ya nos había robado algún pescado.

Nos enfadamos de la poca pesca y cambiamos de punto un poco más lejos. Ahí como que agarramos una rachita, aunque también había lobos, estos daban menos lata, no por ello dejaban de robarnos las presas.


Nos habíamos anclado. Por ancla usamos dos rines y un chicote muy, muy largo, pues el mar es profundo aquí.


¡Vamos a movernos! ¡Hay que levantar el ancla!, mi compa prendió el motor, lo vi que se entretuvo jalando y tratando de meter la cuerda de arranque, ésta no regresaba a su lugar, se quedaba afuera, lo vi maniobrar con unas pinzas. Total que se quebró un plato dentro del arranque y esto hizo que se cerrara el carril donde la piola entra.


¡Ni modo, nos tenemos que regresar!


De apagar el motor ya no tendríamos manera de hacerlo andar de nuevo.

¿Qué,  cómo nos fue? Pues bien, regresamos.

La gente en la playa nos compró casi todos los pescados, vendimos bien barato, de 60 el kilo de rokot, lo dimos a 40 y aún así la gente regateando

¿Qué cuántos pescados sacamos? Pues pocos, apenas para pagar la gasolina y los doscientos pesos de la soldada de la pieza del motor.



Como dije, fue un día de regresos.


Hoy, yo regreso a esta maquina, a estas hojas donde voy contando mi transcurrir por la vida, donde de alguna manera limpio mis cargas emocionales, donde aclaro mis ideas y después de esto veo la vida de una manera mas bella.


Ojala y pronto la basura que no me permite ver al perrito sin dueño, se vaya y así regresar a los caminos de la fantasía.


Hoy estoy aquí y ahora con una familia hermosa que Él de arriba me puso en el camino, agradecido con el por esta segunda oportunidad después de muchas segundas oportunidades.


Hoy sigo aprendiendo a vivir y esto es lo mas bonito que me puede estar pasando.


Que tengan un excelente día!