Jorge Chicati Copyright

sábado, 3 de mayo de 2014

recordando la niñez y la flota camaronera



Miércoles 30 de abril del 2014
8:37 am.

Acá en la montaña.

“…alegres o tristes salen de Ensenada…”

“Que feo canta Chalino, pero como le echa sentimiento”, eso dijo alguien de Sinaloa. A mi me gusta, me trae los sonidos que llenaron el ambiente en algunos lugares, en algunas épocas. Su música me ayuda a revivenciarlos, a vivir de nuevo ese sentimiento.

A Chalino lo escuchaba en las grabadoras de los pescadores sinaloenses, pescadores camaroneros. Yo era una gaviota más en el muelle. taloneando pescado pero siempre tirándole al camarón. Fueron buenos momentos de la niñez, tendría unos once o doce años.

Escucho la música y puedo sentir ese ambiente de fiesta en la cubierta del barco. Todos sentados en la borda echando desmadre, la clásica carrilla entre cabrones, pero carilla grande donde la palabra madre va de boca en boca, de cogida en cogida.

No! No están peleando. Las voces de los pescadores son gruesas, roncas, de personas fuertes, hechas bajo los rayos del sol, la brisa del mar y lo fresco o frio de la noche.

No están peleando, es la forma en que demuestran su confianza, que algunas veces se rompe y alguien no aguanta, pero aun los chingadazos son parte de las borracheras.

Bendito alcohol! Algunos seguirían la fiesta hasta el día en que volvieran a echarse al mar. 17 , 19 o más de 20 días en el mar, luego a descargar, cargar de nuevo y vámonos a pescar! Algunos barcos de Salina Cruz, se irían al norte, algunos a Mazatlán, otros a Guaymas. De allá también vendrían barcos. En el muelle se podían ver muchas cooperativas, muchos colores que distinguen a unos de otros.

Me gusta la combinación de blanco, mucho blanco y naranja que distingue a los barcos de la cooperativa de los Istmeños. La más grande! La de casa.

Por fin se ponen de acuerdo, y comienza la descarga del camarón macanudo, del grande, del de importación. En aquellos años se levantaban más de 15 toneladas, algunos 18, o hasta más. Por lo general de una por día. A según mis cálculos en aquellos tiempos.

Pocos, pero si algunos se llevarían su guato de camarón chido para su casa. Ese no podían negociarlo fuera de la empacadora, tampoco podían sacarlo del muelle. Aunque si salía. Pos mira!

Después de eso, comienza la descarga de la fayuca, del camarón chico, después el pescado. El pescado se dice que es del pavo, el ayudante de todo. De la venta de la fayuca se repartirán todos, de la venta de macanudo se repartirán solo los marineros y el capitán que algunas veces es el dueño deL camaronero. Soy un fayuquero y si soy bueno, me tocara más que pescado, me tocara fayuca, el camarón pequeño.

Disque ayudar y hacer como que ayudas, entrometerse y pos que lo vean a uno movido para que al final me pregunten si traigo alguna bolsa para echarme unos pescados y pos a veces hasta unos camarones que quedan entre el hielo o por ahí se desbalagan hasta llegar a alguna de las tantas bolsas que traigo.

 Siempre rayados! Siempre llevábamos muchas bolsas de plástico, una o dos por bolsa del pantalón; en la cintura, alguna vez me amarre un chango, esas bolsas tejidas de piola con la que hacen los chinchorros. Esta chida y esta especial para llenarla de pescado. Está hecha en forma tal que los hilos no están amarrados, se mueven. Es el morral perfecto y se hace muy grande.


Como gaviota brincando de barco en barco, aferrados, aunque a veces los brincos fueran incómodos, altos, peligrosos, con viento del norte moviendo todo. Caer y quedar aplastado por los barcos que chocan unos con otros. Gracias jefito porque siempre nos cuidaste.

Me toco buenos tiempos en que Jonathan nos rayaba y ahí me ven, junto con mi carnal Carlos, llevando bolsas de pescado y un costal de calamar. Rayados! Venderíamos el calamar en el mercado, dejaríamos un poco para la casa. Lo mismo haríamos con todo lo demás. Solo llevar el que se ocupa para comer y lo demás a la venta. Rayados! En domingo y con lana para ir al cine.

Como lo hacen? Como puedo meterme en su proceso de descarga? Y pos le hallaba! Y ahí nos ven, agarrando barriletes por la cola y aventándolos a donde los estaban pesando. Alguien los aventaba de la bodega hasta arriba de la entrada de la bodega. El que estaba dentro de la bodega no veía lo que pasaba arriba en cubierta, solo los aventaba para arriba y para afuera. Había que estar trucha para que no me tocara un barriletazo. De ahí los movíamos a otro lado. Todo se aprende. Al final, ahí vamos cargando un gran barrilete  para la casa.


Esos horneados de barrilete que se aventaba mi jefa! Hay mama! Me volví acordar de ti. A veces pedían que alguien se quedara a lavar la bodega, sacar todo el hielo y lavar chido y dejar todo listo para que se volviera a echar el hielo.

Así la jugada. Los pescadores ya con lana, no querían hacer nada y pagaban con lana pero mayormente con producto, por que los demás hiciéramos lo más simple. Los 24 de chelas corren de lado a lado, mayormente, aunque los hay que no pisteaban.

A veces nos les hacíamos los aparecidos a los conocidos de la colonia. Y ahí estábamos buscando el saludo, intentando hacer platica. Ellos ya se la sabían. Siempre que llegan a tierra tienen muchos amigos. Uno…pos también…ya sabíamos que barcos entraban y quienes venían ahí. Pos ni como se escaparan.

En algunos muelles no dejaban entrar, así que pos se trataba de llegar al barco que buscábamos o que veíamos que estaba descargando, por otro lado, buscábamos otra puerta y le ganábamos al vigilante por los muelles internos que algunas veces no tenían muchas tablas o estaban muy peligrosos para caminar sobre ellos, algunas veces había que caminar un tramo de tubería, que era con los que estaban hechas las bases del muelle y sobre la que faltaban muchas tablas.

Siempre le hallamos el modo. Eramos una plaga de morrillos, de cabroncitos fayuqueros, las gaviotas humanas.

Para entrar a los muelles, cruzábamos la barda por un pedazo donde muchos hacían vereda, lejos de la vista de la caseta de vigilancia. Salíamos atrás de unos edificios abandonados, entre pinos y mucha basura, hasta que llegábamos a la calle que corre por dentro del área de muelles.

Caminábamos ya en la calle cuidándonos en los últimos tiempos de la camioneta que a veces usaban los vigilantes. Casi nunca los vi, mi bronca era mas fuerte con los vigilantes que ponían las cooperativas en las entradas de los embarcaderos. El mas difícil era el de los Istmeños. De ahí, unos dos o tres vigilantes mas y de ahí nada. Eran embarcaderos sin vigilancia, cada quien cuidaba su barco. Nosotros nos trepábamos a todos, algunas veces cruzábamos su cubierta y seguíamos cruzando mas cubiertas, hasta que llegábamos al barco que estaba descargando. Ahí donde tanta gente y gaviotas formaba la algarabía del triunfo de un capitán, un motorista, el cocinero, dos marineros y el pavo.

En la temporada de pesca, las calles de la colonia se llenaban de aromas a costa, a mariscos frescos hirviendo, fritándose, la fiesta en casa apenas comienza.

Las chelas llegan por cartones. Las grandes ollas están en la lumbre, el jefe de casa a llegado, 20 días en el mar, estará tres o cinco, mucho una semana en tierra, viene cansado, viene contento, ha sido una buena pesca.

La familia grande se junta. El guato de pescado que fue su parte, los camarones, los caracoles que limpio mientras andaba allá en el agua, las langostas que cayeron en las redes de arrastre, algunas aletas de tortuga. Hijoles mama! Ya me dio hambre! todo eso lo repartirá entre sus conocidos, dejando la mayoría para su familia.

Se pueden distinguir los diferentes aromas, huele a a calamar hervido, huele a caracol, son camarones al mojo de ajo, que rico chimpanchole de jaiba!

A veces coinciden las llegadas de los pescadores con alguna mayordomía y pos vámonos a la fiesta. una gran olla, muchos totopos, su cartón de cerveza o botella de fuerte sobre el hombro. Que siga la fiesta! banderas de colores en la enramada, los trajes típicos de las istmeñas, las elegantes guayaberas blancas, los collares de oro, tanto oro que portan mis paisanas. Jicalpextles con muchos colores de las tantas flores con que están pintados sobre ese fondo negro, el mismo que servirá de base a los tantos colores de hilos bordados en los huipiles y naguas de las bellas mujeres cuya alegría se desborda en los viajes de quienes prontos llegan con otro cartón de cerveza.

Botellas vacías de cuartitos, van llenando el piso y los alrededores de las sillas. La música regional suena abriendo la fiesta. Mesas con letreros que dicen los nombres de las hermandades que las ocupan. La pista llena de mujeres que bailan unas con otras en una danza suave, donde las manos levanta la abultada y elegante nagua de fiesta. el rostro altivo, la mirada ida a algún lugar donde las miradas coinciden en las raíces de una raza cuyo himno se escucha a las doce del día en todas las estaciones de radio de la región.

“…Ay sandunga!
Sandunga mama por dios…”

Botana y chelas, las comadritas se encuentran, se invitan a cooperar en sus mesas, dan su limosna que ve va anotando en una libreta. Al final lo que se junte será entregado a los mayordomos.

En aquellos tiempos las fiestas llegaban a durar hasta ocho días. La enramada en la calle vistiéndose a cada rato con nuevos adornos, los padrinos o madrinas del la fiesta en chinga haciendo su labor. Las cocineras, no pararan y el fuego ardera dia y noche, calentando los botanones con los que algunos crecimos.

La música, la bendita música. Me hace viajar en el tiempo, recordando shuncolandia, recordando sus gentes, sus costumbres; recordando lo que mis ojitos míos de mi vieron.

Esas eran fiestas! verdaderos bacanales, donde 400 0 500 cartones de cerveza solo eran lo mínimo para un día.

El dinero corría bien, la flota camaronera era fuerte. Los pescadores construían las mejores casas en las colonias. Salina Cruz era un puerto pesquero, el más grande del pacifico sur, su grandeza era su flota camaronera.

La flota camaronera mexicana era muy fuerte.

Me gustaba imaginar mientras miraba el mar frente a mí, como serian las noches allá en el mar, como sería la vida pescando, cuantos animales sacarían las redes, que yo nunca vería en tierra.

Solo eran sueños y curiosidad. Algún día descubriría que la pesca de arrastre es destructiva, pero eso no cambia mis sueños de niño. Sueños a los que regreso cuando escucho la música que en aquellos tiempos se escuchaba.

Puedo correr por los cerros, descalzo pues las chanclas ya están muy gastadas, la piel de mis pies es gruesa, puedo derrapar mientras bajo y siento la arena, los granos gruesos de ella, moliéndose bajos mis plantas. Corro mientras siento el viento del norte pegando a mi cuerpo, empujándolo con sus rachas caprichosas que algunas veces me permiten recargar mi peso sobre ellas, brinco los viejos arroyos cuya agua sigue corriendo siempre hacia abajo hasta que un día vuelve al mar.

Escarbábamos los cerros, inventando carreteras e historias que se fueron con los carritos de juguete. Con resortera hechas por nosotros, nos íbamos al monte a cazar lagartijas, a tirarle a los pajaritos, éramos maletas para atinarle a los pajaritos, a las lagartijas si les dábamos, aun no había conciencia. Solo éramos niños caminando por aquellos terrenos llenos de monte en los cuales había chubarobas, anonas, pepes, y otros cuyo nombre no recuerdo.

Las anonas son sabrosas, ya casi no hay árboles silvestres de anona, ni de nanchi. La gente como nosotros corto todo lo que había en los terrenos y construyo su casa. Todo el cerro se pobló, los demás cerros también se llenaron de casas y ya no estábamos tan lejos de la ciudad, ya somos la ciudad.

Subir al cerro era sentir el viento más fuerte, ver el inmenso mar azul y escuchar los sonidos del señor del monte.

A veces caminábamos con dirección a Piedra Cuachi, yo nunca llegue hasta allá, en aquellos encuentros con la naturaleza sentía miedo, sentía la presencia de algo que me amenazaba, sentía al viento moverse acechándome como un ser vivo, sentía que entraba al mundo de otros seres que no estaban en las ciudades. La gente contaba cosas de algunos cerros, de magia y esas cosas de seres mágicos, y Piedra Cuachi no era la excepción.

Con miedo, pero nos gustaba andar por ahí, por los arroyos, por los cerros, por las playas. Ese es el Salina Cruz que yo recuerdo, cuando escucho a Chalino cantando Pescadores de Ensenada.

“…Salina Cruz, del faro recuerdo yo siempre su luz…”


Toda la semana ha hecho aire, un mancha gris se aprecia a lo lejos, en dirección a Salsipuedes, algunos cerros están prendidos, es el humo de la quemazón a causa del calor y de este viento que viene de tierra y entra a la mar.

No hemos podido ir a pescar con el Pecas y Sergio, la mar esta brava. Las olas ya no están tan altas pero el viento en muy fuerte. Las palmas se mecen con el viento produciendo sonidos que me recuerdan ese viento del norte que pega fuerte en Salina Cruz.

No hemos ido ni a tirar anzuelo de orilla.

Ayer se fue el Ruben Bela rumbo a Tijuana, ahí tomo su avión rumbo a DF. Ya regreso a su tierra, de ahí tal vez se mueva rumbo a Puerto Escondido. Ya conoció la baja, ya vio las ballenas y toco una allá por Guerrero Negro. Ya encontró la relación entre este viento y la rola de Manu: “…el viento viene, el viento se va…”

Todo bien, me siento vivo.

A la orilla de la carretera y con el gran océano pacifico que se ve desde nuestras ventanas.
Acá en la montaña, en Puerto Nuevo, playas de Rosarito. En la baja califas.

La vida sigue y nada esta quieto, todo se mueve, aunque sea encima de esta esfera que se mueve en el espacio y tiempo.

Puro para adelante compa!  

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