Jorge Chicati Copyright

sábado, 8 de febrero de 2014

Hilos de vida.



El viejo extraño tenía algo en la mirada. Siempre estaba lejos, mirando sin mirar en la distancia, en la dirección en que se pierde el sol. La ventana es la atalaya desde la cual despegan sus ojos como un papalote, tras élla se refugia del mundo y su violencia.

Un papalote sencillo, simple, hecho con hojas de cuaderno, hecho con pedazos de periódico, hechos con papel de china, sostenido a la tierra por un hilo cuyos pedazos estaban atados por nudos bien elaborados, de forma tal, que no estorbaran ni causaran problemas a la hora de enrollar o desenrollar el hilo. Por carrete tenía un palo simple de alguna rama de árbol, de algún palo de escoba.

Se mueve en el cielo igual que un gran pez en el agua, aprovechando las corrientes; temerario, peligroso, amenazante.

La cola larga se mueve majestuosa, pedazos de camisas y trapos, ligeros y largos igualmente unidos con nudos que parecían moños de colores.

Ojala se vayan los recuerdos con esos pedazos de trapo a algún lugar donde algo interesante este sucediendo, ojala lleguen al sol y ahí se quemen todos los malos recuerdos, ojala ahí renazca cual ave fénix.

Al final de aquella larga cola, se ataba una navaja de esas, que hace mucho ya no se usan para afeitar; una gillete.

Había otros que también volaban papalotes, eran muy hábiles y pasaban la peligrosa punta de cola, cerca de las líneas de hilos cortándolos y se iban adelante en una guerra que solo daba más emoción al hecho de volar muy, muy lejos, más lejos que todos los lejos. Sentir la fuerza del aire queriendo arrebatar la mano y al ser dueño de ella.

Muchos colores en el cielo, muchos seres sintiendo la misma sensación, solo jugando a ser niños. Desde lo alto del cerro en el cual vivía, podía ver lo alto que llegaban los papalotes de los de abajo, podía saber de qué tamaño eran sus papalotes, de que grueso eran sus hilos.

Para llegar alto se necesitan hilos gruesos, que aguanten los jalones del viento del sur, ese viento constante que viene del mar, ese viento fresco y con brisa. Ese viento que no remolinea como el viento del norte cuya estampida puede agarrar a cualquiera por cualquier lado, ese no sirve para volar papalotes, por eso esperaba los vientos de la primavera, suaves y constantes en su rumbo, amables de tal manera que en un solo jalón largo se elevan sin dificultad.

Verlo caer un poco y darle jalones que lo empujen a las corrientes superiores, hasta que llega arriba, hasta donde se acaba el hilo, cuando casi parece perderse de vista, eso son los grandes, los que casi nadie ve y cuando bajan entonces parecen ir creciendo y se ven más coloridos, mas fuertes. Han estado allá arriba, han luchado y jugado con el fuerte viento de las alturas, son hermosos!


Cuando está arriba, solo lo mantiene sin dejarlo caer. Dándole periódicos jalones y soltarle piola para que siga subiendo. Mantenerlo siempre arriba consistía en darle jaloncitos cortos y seguidos.


Arriba hasta arriba!

Mándale una carta!

Mandaba cartas para arriba, cartas que subían por el hilo. Pequeños hojas de revistas, las policiacas eran perfectas, eran casi cuadradas, se iban más parejo, subiendo por el hilo del papalote. A veces no había de esas pero tenia de Kalimán, de Memín pinguín, de El Santo, de Juan sin miedo, de Hermelinda linda, cualquier hoja de revista servía para este propósito.

Mándale una carta!

Les hacia un hoyo en el centro donde pasara el palo del hilo y así las empujaba  con la mano hasta donde el aire comenzara a  empujarlas mientras él le daba otra vez, pequeños jalones a la piola, con lo cual ayudaba al viento y a la carta a seguir subiendo, hasta llegar al papalote.

Con buen viento mandaba una carta tras otra y le divertía ver cómo iban subiendo, tal vez debió escribir algo. Tal vez si llegaban a donde alguien las leía. Tal vez solo basto con pensarlo. Las cartas a veces se perdían de vista, eran muy pequeñas para sus débiles ojos.

Era ciencia de niño; elaborar bien el papalote, medir bien el hilo que serviría de brida, elegir bien el peso y largo de la cola, correr en el momento justo, elevarlo, jalar, soltar piola o enrollarla.

La ciencia del niño que un día fue, la ciencia del niño que descubría los secretos del viento y sus sonrisas, la ciencia del niño que hoy guardaba dentro de sí.


Un papalote!  


Cuando jugaba, le gustaba imaginar que la tierra iba girando y su papalote se podía ver en lo azul del cielo, como parte del universo infinito. Ahí volando, igual que un avión, igual que la luna, así de grandes los sueños, así de grande se visualiza ahora.

El se sentía un papalote, podía sentir el aire y su cuerpo atado a un hilo que lo sostenía atado a la tierra para no perderse, para que no lo jalaran los colores de aquella oscuridad llena de luces moviéndose.


Atado por el pecho, los brazos extendidos. De los hombros y el tronco de su cuerpo se amarra la brida. Las piernas extendidas y de su cada uno de sus pies, un hilo que los une y en cuyo centro de amarra una larga cola de colores y sin navaja que corte o haga daño a nadie.


Desde arriba él podía ver todo, podía sentir el no estar arriba o abajo, solo el jalón y la velocidad a la que la tierra se desplazaba girando, rotando, bailando como en una danza dentro de un rehilete lleno de pólvora quemándose en algún castillo de fiesta de pueblo. Viéndose como parte de un gran castillo donde muchos rehiletes y  una gran diversidad de luces lo saludan mientras él sigue atado a una piola que algún niño sostiene firme y alto.


Su pelo libre, sus ojos llenándose de las formas y figuras escritas en la historia de la tierra, ríos que desde las alturas parecen arboles saliendo del mar, el azul intenso del mar tan absorbente, tan relajante, ver el sol pasar tan cerca mientras la tierra gira alrededor de él.

Un papalote, recibiendo cartas que preguntan: como es el cielo? como se siente no estar sobre la tierra?


Volar, el siempre quiso volar y lo logro. Ahora volaba desde esa ventana, por la que siempre dejaba ir sus pensamientos, su mente, su imaginación; Se iba.


Cuando pescaba, podía mirar donde empezaba su imaginación y la realidad. La imaginación era parte de la pesca, comenzaba cuando la piola se metía en el agua, después de eso solo sus manos y su mente lo ponían en contacto con aquella piola que terminaba con una plomada y dos anzuelos llenos de una rica y suculenta carnada, un trozo de sardina que él podía ver en el agua, dispersando su aroma igual como el humo de su cigarrillo se dispersa en el aire, así imaginaba, podía tocar el olfato de los peces, provocarlos, atraerlos al anzuelo y entonces ya todo dependía de sus manos, de la velocidad en que estas reaccionaran mientras  el  pez introducía el  pedazo de sardina en  su  boca , la misma  que escondía el filoso anzuelo el cual había mojado antes con su saliva  en  un acto de fe, como el  católico que se persigna  al salir de su casa encomendándose al jefito.

Jálale!

Sentir la tensión y la fuerza de un jalón, menos de un segundo en que toda la conciencia está en la manos, en el sentido del tacto.

La fantasía es magia! Pide al universo lo que quieras! Solo deséalo! Nada es imposible para el universo.

Jalar y jalar la caña levantándola mientras su base se apoya en la pierna, ir bajándola mientras la mano derecha gira la palanca del carrete. Volver a levantar la caña, midiendo la fuerza del aun pez; podría romper la piola.

Levantar, bajar, enrollar piola. Levantar, bajar, enrollar piola.

La fantasía vuelve a sus andadas, imagina un pez grande, la caña se dobla mucho, tal vez una cabrilla, jalan mucho, se defiende, puede ser un lenguado grande, mas grande que todos los grandes.

Los demás esperan poder ver que es, para usar el gacho que pocas veces se usa. Si es grande será difícil sacarlo del agua y puede reventar la piola, hay que engancharlo aun en el agua, ya de cerca.

Gancho! Gancho!


La imaginación sigue, tal vez una manta!

Gancho! Gancho!

La corriente saliendo del estero es fuerte, la marea está bajando, eso también hace que la línea se sienta pesada.

Levantar, bajar la caña, enrollar carrete.

Si, ahí viene! ya se acerca, se ve el movimiento en el agua y por fin se puede apreciar el pez,
No es uno, son dos!

Con razón, jalaban duro, lenguadito de dos órdenes y una cabrilla de orden.

Ahora, solo dar gracias al mar y a los pescados, ya salió la botana. La fuerza de esos seres se unirá a una conciencia humana. Vida más vida.

Asi aprendió a jugar con la fantasía, para crear, para usar su poder de atracción, jalaba a los peces, imaginado que las cosas pasaban primero en su mente y su mente aprendió a bucear sin mojarse.

Hoy volaba en el aire!
Alegre ¡
Libre!

Dejando todo allá abajo, junto aquella ventana en la cual acostumbraba también a calentar su cuerpo con los rayos del sol.

Un papalote humano, un humano girando alrededor de la tierra, atado solo por un hilo mental que lo sostenía desde una ventana que solo abandonaba cuando se iba de pesca todo el día.

Primero fueron palitos, luego conoció el carrizo, primero fue periódico y hojas de sus cuadernos de la escuela, después papeles de colores, primero uso pedazos de piola, después compro su hilo nylon.


Después dejo los papalotes y se fue volado sobre caminos, encontrando las ciudades, hasta convertirse en un perrito sin dueño, un perro de la calle, un perro que buscaba la luz, esa luz brillante que sus tiernos ojos algunas vez vieron en algún novedoso aparato electrónico cuyas imágenes tenían otros colores. Encontraría esos lugares, encontraría esa felicidad que sentía, cuando miraba las historias que frente a sus ojos y sin moverse podía observar en aquella  pantalla  cuadrada donde los mentirosos  le arrebataron el tiempo y la  vida; porque la vida estaba afuera y no sentado frente a una pantalla de colores  brillantes.

Asi salió caminando, sin nada, dejando todo atrás y mirando siempre para adelante, seguiría la ruta de los autos, de los camiones, seguro alguno de estos caminos lo llevaría a esos lugares.


Cuando se sintió lejos volteo a para ver que pequeño era el lugar donde había vivido todos estos años. Todo su mundo era ese pequeño y aburrido. Lugar donde creía que nunca pasaba nada nuevo. Estaban cansados sus ojos de esa monotonía, de siempre lo mismo y lo único que hay: una pantalla cuadrada donde la vida parecía transcurrir con más emoción, mientras él estaba sentado en el piso llenando su cuerpo de comida basura.


La carretera fue testigo de la sombra que dejó tirada a la orilla, cual una chamarra embrujada, se quito aquel miedo frio que cubria su cuerpo y que le impedía caminar, seguir adelante, así que algo se movió dentro de sí, como el que avienta una moneda y pone en el aire y en las vueltas de la moneda su suerte echada a un sol o águila.

La aventó lejos de sí y se sintió libre ansioso de conocer nuevos seres, nuevos colores, nuevos lugares y su lugar mágico.

Se alejó sin detenerse, subiendo la costa del gran océano pacifico, fue de ciudad en ciudad y se quedo en muchas por mucho tiempo, en algunas nunca se fue y se quedo para siempre como parte del paisaje urbano.


Algunas veces la sombra del miedo volvió a la carretera, pues siempre estaba a la orilla caminando a la par de él. Mientras en medio de los carriles y desafiando al destino su valor camina firme, alegre y seguro.


Tantos sabores tiene la vida que muchas veces se purgo con hierbas, tantas vueltas tiene la vida que algunas purgas fueron para el alma.


Así el perro de la calle comió al venado del desierto y el venadito, le dio conocimiento.

Perro al fin! Siguió comiendo todo lo que el camino le daba y no todo es para siempre. Algún día todo gira y lo que al principio era bueno de pronto se volvió dañino, como las aguas amargas que al principio le regalaron risas y  valor  efímero.


En la escuela del desaprender comprendió que todo es cíclico y que los ciclos los controlaba él, al menos en teoría así debía ser. Pero su vida era una hoja al viento y el viento no era del sur, el viento venia del norte, era helado, lleno de remolinos, polvo y a veces con agua.

Aprendió como lo que era, un perro de la calle y lo único que aprendió, fue que no sabía nada.


Después de eso, solo le quedaba la alegría de volver al camino, cada que huía de algún lugar donde había demostrado su ignorancia, su ingratitud, su soberbia o su pendejez.

El tal lugar que buscaba para él, no existía. Al menos no existía en los lugares, existía solo dentro de él y, se despertaba cada que miraba dentro de sí mientras caminaba.


Debía detener su camino, debía parar de dar vueltas y ya echarse.
Muchos le pedían que se echara, pero no obedecía, era un perro sin dueño, solo creía obedecerse a sí mismo.

Siempre hay una última vuelta en todos estos intentos de echarse y por fin pareció lograrlo, se echó. Por fin pareció dejar el camino. Ahora viaja en las historias del viejo, los lugares ya los conoce, solo tiene que traer las imágenes guardadas en la memoria.

Échate!
-Tengo que echarme. -

Asi que lo intento muchas veces hasta que un día se vio junto a la ventana, parado, mirando sin ver el afuera, mirando para adentro.

A veces mira para atrás en el tiempo, a veces mira para adelante, a veces mira muy lejos y muy en grande, a veces mira para arriba, evita mirar para abajo, ya conoce lo que hay ahí y decidió que no era su ruta.


Por un tiempo viejo y perro vivieron juntos, los dos solitarios se acompañaron, compartieron techo y comida, cada uno en su locura por la vida. Se abrazaron y se despidieron para seguir unidos por siempre, como uno solo, como el buen pescador que une la vida del pescado a la suya.

A veces se pueden ver a los dos en aquella habitación donde la magia vive pura, donde lo imposible no existe, donde termina la lucha con el afuera, donde la pelea es con nadie, donde solo se trata de ver lo que no se ve pero se siente, un hilo vivo con el cual todo está atado, un hilo mágico sostenido por una mano invisible capaz de crear cualquier cosa, de dar vida, de quitarla para hacerla eterna.


A veces esa habitación está llena de luz, alguna pulga del camino hace mover la pata que rasca la oreja peluda del callejero, mientras el viejo sigue contando historias de grandeza, de chingonerías, detalles que solo se logran recordar con la calma que da el tiempo y la necesidad de hablar, aunque la conversación solo sea un monologo ó con un perro callejero que parece a veces interesado en los cambios de humor de aquel viejo parlanchín, que algunas veces cuando se va de pesca, sigue elevando papalotes desde el agua y con su piola, al atorarse alguna hoja de sargazo, sigue subiendo cartas que solo llegan al puntero de su vara.

Un papalote humano, que se sostiene a la vida por un hilo delgado y fuerte que no es otra cosa más que la imaginación y la fantasía, que le permiten ver a un perro sin dueño que no existe nada más que para sus ojos.

Un papalote humano que se eleva más allá de donde los seres humanos normales se han elevado alguna vez.

Mándale una carta!
Mándale muchas cartas!

Y dale los jalones necesarios para que nunca caiga, aléjalo de los otros papalotes en cuyas puntas de cola, una navaja filosa se sostiene amenazando su libertad de volar, de seguir sostenido en las corrientes del viento de la vida.

Un papalote humano que dentro de sí, sigue volando alegre y libre como un niño por la vida…

Un niño que se emociona con los cuentos de Andorina.

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